Abandoné aquel viejo hábito de la soledad. Dejé en rincones algunos fantasmas y abrí ventanas.
Dejé paso a la luz sin desertar oscuridades, que me acompañaron desde siempre.
Intenté meandros inopinables, meridianos, encrucijadas. No pude definir derrotero, entonces anduve por atajos.
Hasta llegar aquí. La que escribe estas líneas trasnochadas y sumerge en indiferencia espinas que ya no laceran.